Acabo de ver uno de esos videos que se comparten en Facebook. Es un minuto de un partido de tenis entre Roger Federer y Alexander Zverev. Sirve Zverev. El primer set va muy ajustado. Por delante Federer 6 a 5 (nuestro héroe se va haciendo mayor). El caso es que Zverev sirve para adelantarse por dos puntos en el juego que, de ganarlo, igualaría el partido. Saca y el árbitro la canta fuera. El tiempo se congela unos segundos. Los dos jugadores quietos miran el lugar donde botó la bola. Federer con su enorme sonrisa sugiere a su oponente que pida el “ojo de halcón”. (Para los no puestos en el tenis, el “ojo de halcón” sirve para esclarecer, mediante alta tecnología, el bote de la bola para saber si ha entrado o salido fuera de la pista. El jugador tiene que reclamarlo cuando tiene dudas sobre la decisión arbitral y cada jugador únicamente puede pedirlo 3 veces en todo el partido). El joven Zverev se ríe, incrédulo, ante la sugerencia del gran maestro. Se mueve riéndose, se lleva las manos a la cabeza y por fin pide al árbitro la repetición. La bola entró, el punto es suyo. La sonrisa de Roger es para enmarcarla. A su edad le sigue gustando ganar, pero no a cualquier precio. Una lección a un imberbe principiante es mucho más valiosa que cualquier victoria.
Y me quedo reflexionando: Que fácil es pensar a priori cómo vas a actuar ante una circunstancia de la vida. Que fácil es elegir el “camino bueno”, el de los grandes, el de los héroes. Sin embargo, ¿lo hacemos cuando la situación ocurre en tiempo real?. ¿Lo hacemos instantáneamente, casi sin que nuestra razón entre en juego? Porque ahí, creo yo, que está la virtud. Ahí pienso que realmente podemos tomar la medida de lo que somos, de lo que hemos aprendido, de la esencia de la que estamos hechos. No de una reflexión consciente y generosa sobre nuestros actos, sino de la espontánea y generosa reacción ante una situación sorpresiva.
Cada día todos nos enfrentamos a decenas de decisiones. La mayoría pueden ser intranscendentes y las tomamos casi de manera inconsciente. Sin embargo, siempre hay algunas bifurcaciones en el discurrir del día que nos ponen a prueba. Más que ponernos a prueba lo que hacen es enseñarnos quienes somos realmente. ¿Puede más mi ambición por ganar un punto, o mi sentido de la justicia? ¿Con qué frecuencia pienso que la decisión que estoy tomando es buena para otro, para la sociedad, para el mundo… o solo para mí?
Son esos actos de grandeza espontánea los que me van a medir como persona y los que me muestran quién soy. No los hago porque quedan bien, ni para sentirme bien, ni porque es lo correcto… Los hago porque soy yo.
Federer es el anti – postureo, por eso le admiramos.
Qué bueno encontrar dos entradas tuyas en dos días!!
Muchas gracias Jon, te echaba de menos, me he dado cuenta cuando has vuelto…..está siendo una semana de decisiones buenas, buenas iniciativas, ejemplos buenos…..qué bien!
Muchas gracias ANA, si, tenía un poco abandonado este. Gracias por tu fidelidad y ánimo
¡Genial Jon! Como siempre… ahí lo dejas. Listo para la reflexión.
Muchas gracias Cristina. Un abrazo