47 Amar como aman los perros

No estoy seguro de que la palabra sea amor, pero la usaré hasta encontrar otra mejor. Lo que sí sé es que un perro no tiene expectativas, que te ama independientemente de cómo seas, qué hagas, qué sientas o cómo pienses. Eso le facilita mucho el camino para mirarte y serte fiel.

No se trata tanto de que mueva la cola cuando te ve, sino de que no tiene miedo a quererte y a expresarlo. No importa si tú eres un asesino en serie o el Dalai Lama, y tampoco importa si el perro es un diminuto chihuahua o un majestuoso gran danés, la cercanía, el cariño y la fidelidad siguen ahí, incorruptibles, ni siquiera por ti mismo.

¿Cuándo hemos tenido nosotros la grandeza de mostrar nuestra vulnerabilidad a otro ser humano? ¿Cuándo nos hemos permitido amar tanto a otra persona que la aceptamos 100% tal y como es? ¿Cuándo hemos querido a otra persona sin esperar que nos quieran de vuelta? ¿En qué momento hemos vivido el instante presente sin rencor al pasado y sin proyectar expectativas a futuro? ¿Cuándo no hemos volcado nuestra falta de amor en el otro?

Y, por si lo estáis pensando, no es que el perro compense la comida que le das con el cariño que te ofrece. El perro lo que te agradece es que seas; que te muestres ante él tal cuál eres; y lo haces porque sabes que te va a querer igual, que te va a aceptar igual.

Tampoco es sumisión. Él no te ve como su amo, ni como su compañero, te ve como su líder, su amigo, la persona por la que daría su vida y en muchos casos la daría por cualquier ser humano, aunque no lo conozca.

Creo que en este mundo no hay amor, lo que hay es perdón. Pienso que el perdón es la forma máxima de amor al que podemos aspirar los humanos. Perdón significa romper con un pasado de culpa y dejar de proyectarlo a un futuro lleno de expectativas, de tal forma que podamos vivir un presente lleno de aceptación.

46 El latir de la vida

Sale de la consulta con una sonrisa y al llegar a casa va directa a la cocina donde arroja la caja de Sintrom al cubo de la basura. Sin dejar de sonreír se dirige al balcón de la salita y se apoya en la barandilla. Deja su mirada vagar por la calle. El portero del edificio de enfrente pasa la fregona por su trozo de acera, el padre que pastorea tres niños hacia el colegio cercano, una chica corre en ropa deportiva y ella mira el movimiento pendular de su coleta, una señora mayor sube con dificultad al taxi, el tendero de la frutería charla acompañado de muchos gestos con un cliente.

Le gusta la sensación de respirar la calle. En la parada del autobús se incorporan personas y el calor de la mañana se empieza a notar. Alza la mirada atraída por la discusión de dos albañiles en la azotea de enfrente y admira la pasión que ponen al intentar culparse mutuamente. Dos adolescentes de la mano la devuelven al asfalto donde una camioneta descarga fardos de periódicos en el quiosco. Sonríe al latir de la vida. Entra en casa y camina pensativa hacia la cocina.

45 Respecto a la Navidad

Hace unos días escuchaba en el coche un programa de radio sobre la Navidad. Uno de esos programas que repiten con insistencia un número de teléfono para que des tu opinión. Hablaban presentadores y oyentes de cómo nos gusta, o nos permitimos, hacer el ridículo en estas fechas. Que si diademas de cuernos de alce, gorritos de papá Noel, pelucas de colores…. Ruidosas familias felices vestidas con jerséis rojos, blancos y verdes, igual, igual que en las series americanas.

Yo miraba la carretera, escuchaba, y me preguntaba ¿Por qué escondemos la dureza de la Navidad detrás del confeti, el cava y los villancicos? Y veía tres aspectos de la Navidad que no me encajaban con esa versión feliz pintada de rojo y blanco.

La Navidad, en muchos casos, es la única vez en el año que se reúnen las familias al completo. Y en esas cenas, por encima de los gritos de los niños, los brindis y los villancicos, resuenan atronadoras las voces de los ausentes. Aquellos abuelos que ya no están, el padre que murió de cáncer, el hermano al que se llevó la carretera. Incluso tus propios hijos que este año les toca la cena en casa de su madre recordándonos con su ausencia nuestro fracaso familiar.

En esta época del año las personas que viven solas están más solas que nunca. En sus hogares vacíos quizá no añoren la desmesura que nos muestra la tele, pero sí una voz cercana que les regañe por adelantarse con las uvas. Esa soledad se muestra en esta época más cruda que nunca. Quizá ya no quedan familiares o amigos. Quizá, con el móvil cerca, esperan un año más la llamada de aquel hijo que les retiró la palabra hace ya unos años.

Lo que me lleva al segundo punto. La caridad. Celebramos el nacimiento de Jesús, y no consigo visualizar una época del año más alejada de su pensamiento. No juzgo la desmesura en el comer, el beber y el gastar, solo intento encontrar la conexión con las enseñanzas del maestro al que seguimos los cristianos. Y, la verdad, no la encuentro. Nos acercamos a nuestras familias de sangre olvidándonos de nuestros hermanos, en el sentido amplio de la palabra.

Por último, en esas cenas navideñas afloran los rencores, envidias y celos de una infancia no resuelta. Queda en evidencia en la mesa el hermano con el que competimos y su éxito profesional nos recuerda cómo nos ganaba al fútbol. O nuestra mirada se va inconsciente a medir si la porción de pavo que le da nuestra madre es más grande que la nuestra. O cómo seguimos temiendo a nuestro padre a pesar de nuestros 45 años.

Estuve a punto de llamar al programa y volcar estos pensamientos, pero pensé que no cogerían mi llamada, o que a lo mejor esta profundidad un poco dura y un poco oscura no encajaría con el “espíritu navideño”

44 CAMBIAR EN EL LUGAR EQUIVOCADO

Imagínate que escribes una carta en el ordenador en un documento Word. La imprimes y te das cuenta de que hay un error en la tercera línea. Coges Típex y borras el error del documento impreso. Vuelves a imprimirlo y ¡sorpresa! el error sigue ahí. Lo tachas en el papel, vuelves a imprimir el documento… y ¡vuelve a salir el error! ¿Hay alguna posibilidad de solucionar ese error en el papel? No. La única opción es ir al documento Word del ordenador y hacer ahí la modificarlo ahí.

Sin embargo, no lo hacemos. Generalmente vivimos una situación, cogemos el papel, lo imprimimos y lo leemos. “¿Cómo he podido escribir yo esto?” “Esto no es mío” y lo cambiamos en el papel sin pensar en ir al origen de la situación. Ir al pasado.

Cada vez que lees en el papel de la vida una emoción desmedida, la estás revisando con conceptos que no existían en el momento que la sentiste, y eso es inviable. No se puede cambiar aquello que está programado en el cerebro, si no acudes al cerebro. Lo que estás viendo en el papel, tu comportamiento actual ante una circunstancia concreta, no se escribió en ese momento, se escribió hace muchísimos años. No es que tu amigo te haya hecho escribir eso, eso no es cierto, hay muchas hojas de Word previas. La primera situación fue cuando lo escribiste y, ahora estás modificando inútilmente el papel que te escupe sin piedad una y otra vez la maldita impresora.

Cada vez que tienes una relación, tiras de la misma impresora. La primera emoción arraigada no es la de ahora, fue la primera vez que diste la valoración a eso y ahora recurres a ello todo el tiempo. Cada vez que viene una relación vas a la hoja impresa: “documento de relaciones con otros humanos” o “relaciones con parejas” o “comunicación con jefes” Sacas el documento de toda la vida, lo traes al presente, y sigue con los mismos errores. No los cambiaste y cuando llevas tres o cuatro días: “uy se me olvidó, esta línea tenía un error, hay que desechar este papel” Lo rompes, tiras la relación a la basura y vas otra vez al ordenador. “Ah no, era con las amigas, voy a sacar la de las amigas” ¿De qué estás tirando?: del archivo. Las emociones desbordadas son archivos que una y otra vez sacas en papel sin cambiarlas en el ordenador.

43 Personalización y descripción

Piensa en el primer día que conociste a una persona a la que has amado profundamente. Ese primer día, lo que viste fue a un maestro, un maestro lleno de luz. ¿Quiere decir que esa persona era perfecta? No. Quiere decir que esa persona tenía la capacidad de enseñarte aquellas cualidades en las que tú necesitabas un aprendizaje en ese momento. No analices lo que era esa persona, sino lo que pusiste sobre ella. Ese día viste a alguien que tenía unas características que tú necesitabas para crecer.

Aunque esta persona tenía ante tus ojos unas características maravillosas, también poseía su propia vida, que no era la vuestra. Esa vida iba ligada a una serie de comportamientos que cuando eran puestos en práctica, hacían que te olvidaras de la persona y le colocaras el nombre de los comportamientos. Esto se llamar personalizar los comportamientos. Te olvidas de diferenciar persona de comportamiento. Empiezas a llamarla impaciente, dices que es egoísta, déspota, que no te quiere, que no te hace caso.

En realidad, no estás hablando de la persona, sino de sus comportamientos, y estos son universales, lo que quiere decir que también hablas de ti mismo. Cada vez que personalizas en el otro y dices “esta persona es impaciente”, estás diciendo que tú eres impaciente. Echas fuera la culpa, y para liberarte de ella necesitas aprender la diferencia entre tener un pensamiento descriptivo o uno personalista.

Ahora descubre cuál es el comportamiento que personalizas permanentemente, que lanzas fuera de manera continua, esa acción del otro que te hizo inmediatamente echarlo fuera de tu vida. Piensa cuál fue ese comportamiento con el que pusiste la etiqueta a la persona, echándola por encima tu propio error. Cuando proyectas en el otro y le dices “es que eres muy impaciente”, no estás hablando de la persona. La persona es en sí misma, los comportamientos solo son actitudes que tienen que ver con el devenir de sus propias actuaciones. Esa persona no es impaciente: tiene un ritmo más alto comparado con el tuyo. Si al hablar con la otra persona fueras descriptivo y le dijeras: “yo hago las cosas a este ritmo, pero cuando estoy contigo siento que lo hago más lento y me enfado”, no habría posibilidad de discusiones. Pero en lugar de describir las acciones, las personalizas, convirtiendo actuaciones en ser.

Si describes un comportamiento nada más vivirlo, nunca habrá culpa. Si lo describes cinco minutos después, sí la habrá. En el momento en el que tu cabeza empieza a pensar algo de alguien, descríbelo, porque si no estarás hablando de ti mismo. Busca ahora la cualidad que más trabajo te cuesta describir. Sigamos con el ejemplo de la impaciencia: te cuesta trabajo aceptar el ritmo de los demás. Si piensas que una persona es más lenta, verás que eres incapaz de sacar la descripción de ella, terminarás diciendo: “es una pachorra”. Comprueba que si dices en el momento las cosas y las describes, no hay posibilidad de rencor. Si las guardas no hay posibilidad de perdón porque todo lo que está en la cabeza, el cerebro piensa que es para ti. Cuanto más daño te haces, más daño crees que te ha hecho el otro.

Los estados descriptivos te aislarán de hacer algo bueno o malo. Puedes decir ahora mismo: “esta persona ha hecho un acto de violación de la fuerza de otra persona”. Si le llamas violador, tu cerebro adquiere la forma de un violador a los dos segundos. El cerebro no entiende que tú hables de algo que no eres, y solo aprende de razón, de aprendizaje y expresión. Nosotros tenemos una dificultad: creemos que somos cuerpo y emoción, pero no lo somos. El cuerpo es la vasija y la emoción es el movimiento de nuestra presencia espiritual.

La voz, el movimiento y el cuerpo forman parte de la experiencia para estar con personas, mientras que la mirada forma parte de la experiencia para estar con Dios. A partir de ahí, te das cuenta de la diferencia que existe entre estar mirando y aprendiendo, o estar viendo y personalizando. Cuando personalizas has decidido que el comportamiento de una persona, que es algo físico, que es algo actitudinal, se convierta en el espíritu de esa persona, y eso es inviable. La persona no es una materia de actuación. Llega a ello porque hay algún aprendizaje que no ha conseguido hacer. Hay algo que ha pasado en su persona, y esa experiencia es suya, no tuya. Ese comportamiento es de él, no es tuyo. Tú has aprendido a un ritmo, y la otra persona aprendió a otro ritmo. La descripción tiene que empezar por ti, no por la otra persona.

Describir comportamientos o vivir personas, esa es la gran diferencia.

42 La autopista

En un momento dado te incorporas por la derecha en una autopista de 4 carriles. Un carril duro que necesita de mucha concentración y esfuerzo. Hay que adelantar camiones, esquivar a los que se incorporan, frenar cuando alguien te cierra para salir, tener paciencia con los lentos… Al cabo de un rato decides pasarte al segundo carril.

Este carril es más divertido, no tienes que prestar tanta atención “si vienen por detrás ya tienen otros 2 carriles para adelantar” Puedes poner un poco de música, relajarte y tamborilear con los dedos en el volante. Incluso cantas a gritos (si vas solo) algún tema que te gusta. Es agradable, pero necesitas un poco más de velocidad y pasas al tercer carril.

En este carril prestas más atención al coche, todo fluye a más velocidad y sin embargo estás en control. Estás más solo y disfrutas de tus pensamientos. Coges el volante con las dos manos y te haces uno con el coche. Ya no es el objeto que te lleva, sino que sois lo mismo, os entendéis a la perfección y cada uno sabe lo que quiere el otro como si fuerais un mismo ser. Es muy agradable y te prepara para el último carril. Casi sin mover el volante, casi con el pensamiento te incorporas en el cuarto carril.

Estás en la máxima experiencia, no es que seas uno con el coche, eres uno con la carretera, con los demás coches, con los árboles, el cielo y el viento. No existes separado de todo lo demás, no es que estés conectado, es que eres Uno con todo. Estás donde todo es.

Esa es la autopista de la vida, eso lo habías intuido, pero ¿en cuál de los carriles pasas más tiempo? Y la gran pregunta ¿Para qué conduces? ¿A dónde quieres llegar? ¿Vas en el carril adecuado para conseguirlo?

41 La casa de la infancia

A lo mejor en estos días de vacaciones has tenido la oportunidad de visitar tu casa familiar. Aquella casa del pueblo en la que creciste, o una casa que compraron tus padres en la playa en la que has pasado todas tus vacaciones de la infancia. A lo mejor este año, por lo que sea, has vuelto por unos días a esa casa.

La casa natal, la describe Bachelard como aquella primera morada que determinará luego el modo de habitar las moradas sucesivas de nuestra vida. “La casa natal vive en nosotros, como la infancia, inalterada. Ella nunca se gasta, nunca se pierde, tiene la propiedad de estar potencialmente presente en nosotros: con sólo evocarla ya es nuestra. Así, la casa onírica habita en nosotros, en nuestro cuerpo. Ella ha inscrito en nosotros la jerarquía de las diversas funciones de habitar. Somos el diagrama de las funciones de habitar esa casa y todas las demás casas no son más que variaciones de un tema fundamental. La palabra hábito es una palabra demasiado gastada para expresar ese enlace apasionado de nuestro cuerpo que no olvida la casa inolvidable.”

La casa de nuestra infancia es una mezcla inseparable entre imaginación y memoria. Estoy pasando unos días en la casa de la infancia. Hacía tiempo que no venía. Ahora todo es más pequeño. Aquel suelo de terrazo por el que me arrastraba y me brindaba su frescor, ahora lo percibo gastado y con desperfectos. Busco la despensa al final del pasillo, pero ahora es un baño. La distribución es la misma: un pequeño recibidor con la puerta de la cocina a la izquierda, el salón comedor de frente y a la derecha el pasillo que conduce a 3 dormitorios. El de los niños a la izquierda, el de los abuelos a la derecha y el de mis padres al fondo.

Este pequeño chalé de teja árabe, encalado de blanco y rejas en las ventanas, es más que una casa. En él están los abrazos de mi abuela, las peleas con mis hermanos, las ruidosas comidas, las infinitas siestas y los mejores escondites. Ella atesora mi intimidad prohibida. Recuerdo la pequeña cabaña del jardín, la casa dentro de la casa, que era solo mía. Aquí vi a mis padres discutir por primera vez y también los vi besarse. Aquí me enamoré de la hermana de mi mejor amigo, y aquí lloré confuso cuando murió prematuramente. Miro la manguera y su agua fría que nos esperaba al llegar de la playa… y olía a comida, al odioso gazpacho y al glorioso pan con aceite y azúcar…

Los amigos, parejas, y personas en general pasan por nuestra vida. Prestamos atención a algunas y nos involucramos emocional o profesionalmente con otras. También hay un grupo de personas a las que prestamos muy poca o ninguna atención. Con las casas nos ocurre lo mismo. Algunas nos marcan hasta los tuétanos, y otras pasan sin pena ni gloria, dejando apenas un vago recuerdo en nuestra mente.

40 La otra cigarra y la otra hormiga

La famosísima fábula “La cigarra y la hormiga” atribuida a Esopo, lleva con nosotros más de 2.500 años. Ha ido pasando de generación en generación convenciéndonos de lo duro que hay que trabajar y que hay que guardar para cuando llegue el invierno. Y ahí vamos, dándolo todo y mirando de reojo a un invierno que nunca sabemos cuán largo o frío va a ser. Entramos en la espiral del trabajo y, en muchos casos, se nos olvida vivir. A veces por el miedo al futuro (cada vez más incierto) y otras por la creencia de que el pan hay que ganarlo con el sudor de la frente.

En 1963, el poeta, etimólogo, y traductor de La Divina Comedia, John Ciardi, escribió una preciosa reformulación de la dichosa fábula: John J. Plenty and Fiddler Dan (lo siento, solo la he encontrado en inglés) Narra en su poema que la hormiga workoholic John J. Plenty, tiene una hermana. Para su desgracia ésta se enamora perdidamente de la cigarra Dan. Así que pasan los dos la primavera cantando y tocando el violín bajo la mirada severa y el reproche de la hormiga John J.

Por supuesto llega el invierno y John J. se encierra con sus provisiones. El violín y la canción dejan de sonar. Va pasando el tiempo y la hormiga empieza a temer por un invierno más largo de lo normal y no está segura de que le alcancen todas las provisiones que tiene. Se promete a sí mismo que la próxima primavera trabajará y recolectará el doble, para por si acaso.

Llega por fin la primavera y John J. sale de su hormiguero. Para su sorpresa escucha a lo lejos el sonido del violín y el suave cantar de su hermana. No entiende cómo han podido pasar el invierno sin provisiones.

“I guess he recovered. I hope he did.

I don’t know where the Fiddler hid

With his pretty wife from ice and snow.

I guess about all I really know

Is — save a little or save a lot,

You have to eat some of what you’ve got.

And — say what you like as you trudge along,

The world won’t turn without a song.

“Supongo que se recuperó. Espero que lo haya hecho.

No sé dónde se escondió el violinista.

Con su linda esposa del hielo y la nieve.

Supongo que todo lo que realmente sé

Es — guarda un poco o guarda mucho,

Tienes que comer algo de lo que tienes.

Y — di lo que quieras mientras caminas,

El mundo no girará sin una canción

39 Sin dar palo al agua

Me escribe un amigo que, como muchos, está de vacaciones y me dice: “Aquí estoy, en la playa, con la familia y sin dar palo al agua” Siento curiosidad así que googeleo en busca del origen de la expresión “sin dar palo al agua”

Por lo visto es de origen marinero, en concreto de las barcas de remos. Los marineros que no metían el remo (palo) en el agua para remar, no trabajaban. Literalmente no daban palo al agua.

Inmediatamente me pregunto: ¿Es posible estar sin dar palo al agua en el barco de la vida? Tristemente me doy cuenta de que la respuesta es afirmativa. Me doy cuenta de que en el barco de mi vida he ocupado muchas cargos: grumete, aprendiendo de qué iba esto de la vida. Marinero, realizando labores para sobrevivir abordo. Contramaestre, ocupado de los demás miembros de la tripulación y no tanto de mí. Patrón, cuando he sentido que mi barco era pequeño y hasta insignificante, pero era mi barco. Timonel, manejando cartas de navegación y sorteando con mano firme (más o menos) los peligros que esto del vivir trae consigo…

Ahora me siento capitán, la máxima autoridad del barco. Responsable máximo de lo que funciona y lo que no, de lo que hace que el barco vuele bajo las estrellas o esté al pairo en una calma chicha. Soy también responsable de todas las maniobras que hago y de mirar con ojo crítico y perdón a las que hice en el pasado.

Y miro al horizonte lejano y, a veces, solo a veces, me siento polizón. Siento que me ha colado sin permiso en un barco que no entiendo muy bien, que me asusta y a la vez me intriga. Y aprendo los misterios de la vida sacudido por el oleaje, con sabor a mar en la boca y los ojos entrecerrados, agradeciendo la luz de un nuevo amanecer. En este barco es imposible estar sin dar palo al agua.

38 ¿Te convertirías en un vampiro?

¿Lo harías? Y no me refiero a convertirte en Batman, sino en un vampiro de verdad. Eso sí, la transformación no sería dolorosa ni para ti ni para nadie, y tendrías increíbles superpoderes de vampiro. Pero tendrías que dejar de ser humano. Imagina que todos tus amigos han decidido la transformación y están felices ¿Lo harías?

Este es el experimento que nos propone la filósofa L.A. Paul en su libro “Transformative Experience” con el objetivo de mostrar que cuando nos enfrentamos a experiencias transformadoras estamos pobremente equipados para hacer los cambios que conllevan. Y sin embargo tenemos y debemos hacer esos cambios. Pero ¿cómo puedes tomar la decisión si no tienes ni idea de lo que es ser un vampiro? Vas a tomar una decisión a ciegas de la que no hay marcha atrás. Así son las decisiones más trascendentales de nuestra vida. Aquellas que nos cambian para siempre. Aquellas a las que nos mueve un impulso interno, y las tomamos no sabiendo cómo va a funcionar la vida después de esto. No son decisiones racionales.

¿Y si tus amigos dejan de serlo? Puede pasar. Como vampiros que son ahora, a lo mejor tienen otros criterios de selección de las amistades, distintos de los que tenían como humanos al seleccionarte como amigo. ¿Estás dispuesto a que eso ocurra?

En la vida tarde o temprano te vas a encontrar con una decisión que involucra una experiencia que no se parece en nada a lo que hayas podido vivir hasta ahora. Sabes muy poco o nada del futuro que te espera. No va a funcionar tu experiencia pasada como guía de la decisión a tomar. Te va a faltar información para hacer una toma de decisión normal en la que evalúas los pro y los contras y eliges un camino. Vas a pasar por una experiencia  radicalmente nueva que cambiará tu vida para siempre.

Estas decisiones implican elecciones para tener experiencias que nos enseñan cosas que no podemos saber de ninguna otra manera que no sea la propia experiencia.