Imagínate que eres creyente. Imagínate que una mañana te despierta un luminoso resplandor en tu habitación. Abres los ojos y todavía medio dormido contemplas una presencia que cubierta de luz blanca se va materializando ante ti. Es Dios, y comienza a hablarte. Empieza a explicarte por qué ha venido y para qué quiere que le escuches. Después de unas frases relacionadas con tu desarrollo espiritual, te revela finalmente el motivo de tu existencia. Con una claridad que no deja lugar a dudas te presenta con palabras de oro el propósito de tu vida. Se marcha, y con Él la luz. En tu mente queda grabado exactamente cuál es el sentido de tu vida y cómo lo puedes conseguir. Dios se ha apoyado en los valores que tienes para argumentar porqué es ese tu destino y no otro.
Sus palabras te resuenan dentro. En lo más profundo de tu ser sabes que es así. La vida te ha ido dando pistas, situaciones en las que esos valores han salido a relucir, y con ellos instantes increíbles de felicidad. Pero luego diversas causas han hecho que los relegues enterrándolos con más o menos profundidad bajo las capas del día a día.
Te levantas de la cama, te duchas y te vistes ensimismado, todavía afectado por la visión y a la vez extrañamente tranquilo. Miras tu ropa, los objetos que te rodean, tu casa, y nada parece real, pues nada realmente apunta hacia la consecución de esa meta de vida que ahora se presenta límpida ante ti. Distintos momentos de tu pasado vienen a tu memoria hasta que todas las piezas del puzzle de tu existencia encajan en perfecta armonía.
Y ahora, ¿qué vas a hacer? ¿con qué sentido te vas a sentar delante del ordenador, o dar la clase, o atender a un cliente, o ponerte el uniforme de guarda jurado o conducir a tus hijos al colegio?
El temor de ver y reconocer nuestros grandes valores es que puede abrirse una bifurcación en el camino de nuestra ya trazada vida. Una vida encauzada, tranquila, quizás incluso agradable, donde tapábamos ese cierto vacío interior con el trabajo, la pareja, los hijos o el fútbol. Si hemos venido con un valor a esta vida, sabiéndolo, ¿cómo íbamos a ser capaces de no utilizarlo? Al sernos revelado, nuestra zona de confort revienta, el orden establecido se altera y con un nuevo mapa en la mano emprendemos el camino incierto de la felicidad.
Esto no quiere decir que conocer nuestros valores va a dar un giro de 180 grados a nuestra vida, lo que quiere decir es que tienen que estar incorporados en ella, y todo lo que nos aparte de los mismos tenemos que dejarlo de lado. Si, el valor implica compromiso, y ese es el motivo por el que los mantenemos olvidados en el inconsciente. ¿Serías capaz de escribir en un papel 6 valores que tengas?, 6 fortalezas positivas que corren transversalmente en tu vida de manera natural, que tu pareja, amigos, compañeros y jefes ven y son capaces de nombrarlos. Si has sido capaz, ¿puedes ahora buscar uno más? ¿puedes buscar ese valor diferencial que al activarlo puedes llegar a un grado de excelencia importante? Es ese valor que cuando lo utilizas pierdes la sensación de tiempo y espacio, pero también es ese valor que suele estar escondido. Nuestro valor diferencial es la llave para la felicidad, que jugamos a buscar mirando casi siempre en el lugar equivocado.